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«Hoy más que nunca entiendo la repercusión que puede tener un pequeño gesto»

Conocí a Colabora Birmania por un amigo durante una cena. Estaba decidida a irme a dónde fuera a echar una mano más allá de mi barrio o ciudad, y Antolín no dudó en hablarme de la Chicken School y la escuela km 42. Me decía: ¡echa un vistazo a la web! Y dos meses más tarde ya tenía el billete a Mae Sot. Al acercarse la fecha del vuelo llegaron las dudas, pero estas se esfumaron al encontrarme allí con Marc Comas y Pilar, la otra voluntaria en el STTC y ahora amiga. Fuimos a la guardería Chicken School a dar un taller de pintura con plastilina, y supe que sería una gran experiencia nada más ver el montón de chanclas y alpargatas amontonadas en la entrada.

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Fueron pasando los días e hicimos talleres de todo tipo, desde tejer bufandas con los brazos hasta pintar mandalas o hacer collares de cuentas. Lo mejor era cuando te perseguían sonrientes para enseñarte orgullosos sus trabajos. No hacía falta motivar a estos niños de ninguna manera, en 5 minutos estaban listos, sentados mirándote atentamente esperando a que repartieras el material, y al acabar, te pedían repetir, ¡siempre!
Recordaré cada uno de los días que pasé con ellos, ¡aunque mi tarea principal fue otra bien distinta! Cada tarde, Pilar y yo, dábamos clases de informática y inglés respectivamente a los chicos del STTC, el Science and Technology Training Centre, o lo que vendría a ser una gran familia formada por Aye Aye y Joey, un matrimonio de Birmania, sus tres hijos, alegres a más no poder, y 20 alumnos más. Digo que fui yo a impartir clases de inglés, pero no acaba de ser justo, porque aprendí mucho más yo de ellos.
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Cada día nos esperaba Aye Aye con su tentempié y los alumnos con la libreta abierta y lápiz en mano. Son los alumnos que más respeto me han mostrado jamás, y a la vez, con los que más me he reído. Sonaba el timbre pero nadie se levantaba de la silla, ya les iba bien estar un ratito más. Y cuando les indicaba que la clase había acabado, sólo entonces, se levantaban y, de pie, te daban las gracias por la clase. ¿Pero sabéis qué es lo mejor? Que todo esto ocurría al anochecer, después de haber trabajado todo el día levantándose a las 6 de la mañana. No son las formas, son las ganas de aprender lo que los hace tan especiales. Se hacen querer esta trupe! Y para mí serán siempre mis ‘best students ever had!’. Nos dejaron formar parte de su pequeña gran familia desde el primer día y se lo agradeceré siempre. La última noche cocinamos todos juntos y hicimos una gran fiesta de despedida. Nos regalamos buenos deseos, canciones y abrazos que guardaré siempre.
A veces vuelvo a pensar en la cena con mi amigo Antolín en la que me habló de Colabora Birmania por primera vez. Nunca hubiera imaginado lo que descubriría tras esa web, todo el trabajo que se realiza, la gente que lo hace posible y la cantidad de niños, niñas, y comunidades enteras que dependen de esa ayuda. Hoy más que nunca entiendo la repercusión que puede tener un pequeño gesto. La  alegría que desprenden estos niños es contagiosa, ¡y se les puede hacer felices con tan poco!
¡Gracias Colabora! :)
Helena Ternero

 

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