«Hay muchos niños que todavía no pueden optar a una educación», por Inma
«Empezar la casa por el tejado, esa es la sensación que tengo del destino que elegí de vacaciones, Tailandia. Después de viajar unas semanas por las islas del Sur tenia una asignatura pendiente que era visitar Mae Sot una ciudad muy cercana a la frontera birmana donde se concentran las mayorías de ONGs en Tailandia. En el momento que bajé del avión sentí que justo al final de mi viaje había llegado, por fin, a un sitio auténtico y lo mejor estaba por llegar..
Años atrás varios conocidos y amigos decidieron dejarlo todo y comenzar un proyecto que no tenía otro fin mas que ayudar y hacer feliz a quien más lo necesita. Para ello decidieron fundar una ONG para ayudar a niños refugiados Birmanos. Miles de Birmanos llevan en exilio años por la represion desencadenada por las sucesivas juntas militares que gobiernan el pais. Estas personas han tenido que buscar cobijo en zonas cercanas a la frontera birmana, donde viven casi en estado de exclavitud, en comunidades donde trabajan para terratenientes tailandeses en niveles de precariedad y pobreza extrema. Colabora Birmania ubicada en Mae Sot, ayuda a los niños de estas comunidades para que puedan optar a tener: educación, alimento (al menos un plato de comida al dia) y protección ( de las mafias que los venden para el trafico de organos o redes de prostitución).
Estuve en dos escuelas: a la primera, Chiken School, llegamos a la hora de la comida, me impacto muchísimo como niños no mayores de 6 años, esperaban su único plato de comida al dia, descalzos, en silencio, con una educación exquisita, guardando las distancias entre su espacio de espera y la mesa redonda donde comian. La ayuda de los niños más mayores para repartir tareas y preparar las distintas mesas con todos los platos, el saludo casi reverencial que te hacian incluso los mas pequeños como signo de respeto, la sonrisa sincera y de sorpresa de cada uno de ellos, me hizo tener un nudo en el estomago durante el rato que pasé en la escuela. Cuando todos los platos estaban servidos, cada niño, uno a uno, en fila india y respetando el espacio vital sin empujones ni riñas, cogía su asiento con una educacion digna de admirar. Me di cuenta, que esos niños, estaban mejor educados que los “nuestros” y no hace falta decir por qué. Después del rezo como forma de agradecimiento por el alimento recibido, la maestra de la escuela daba la orden de que ya podian comenzar a comer…entonces sonaba ese ruido tan especial, de los tenedores con los platos para separar el arroz casi como si fuera una melodia. Al deborar su ración , cada uno recogía su plato y se tumbaban en el suelo para echar una siesta. Los dejamos descansar, al salir de la escuela me sorprendió ver en la entrada todos sus zapatos apelotonados,habia muchos sí, pero me quede con la sensación de que podrian haber muchos más.
A Km 42 fuimos por la tarde, es una escuela con distintas clases repartidas según las edades de los alumnos. Era justo el momento del descanso y estuve jugando con ellos e incluso intenté memorizar algunos nombres de pila, lo cual me resulto complicadisimo. Me llamo mucho la atención ese suelo rojizo donde esta asentada la escuela y como los niños corrian descalzos por el terreno como si de un suelo antideslizante se tratara. (yo estuve apunto de caerme varias veces con las bambas como cual urbanita patosa). El campo de futbol, el orfanato, el claustro, la casas de los profesores… era como una pequeña ciudad que no ha parado de crecer desde que Colabora Birmania creyó en el proyecto.
Pero no hay que olvidar que hay muchos niños que todavia no pueden optar al derecho de una educación básica, ni incluso a un plato de comida, porque no llega ayuda suficiente para todos y cada uno de los que se encuetran exiliados. Muchos de ellos trabajan en el campo desde bien pequeños o corren peor suerte y son raptados por mafias. Cuando lo ves con tus propios ojos te das cuenta de la burbuja en la que vivimos, los valores en los que nos educa la sociedad y en lo fuerte que nos apretamos la venda para no abrir los ojos, para mirar hacia otro lado y para no ser solidarios con los más desfavorecidos. Ya que tenemos la gran suerte de tener todo y más. Creo que deberiamos abrir los corazones y bolsillos para estos grandes proyectos. Por poco que sea siempre es necesario y bienvenido.
Sólo tengo gestos de agradecimiento a todas las personas que me han enseñado con su trabajo diario la tenaz labor de dibujar sonrisas.
Gracias por haberme ayudado a cerrar mi viaje a Tailandia de la mejor manera posible, sentir que la felicidad se consigue viendo sonrisas en caras marcadas por cicatrices de sufrimiento.
Hasta pronto!»
Inma Domínguez