Por la carretera salpicada de curvas sube traqueteando el autobús hasta Mae Sot.

Una cena con el billete y ya de madrugada, pasamos de la llanura bulliciosa de la Gran Ciudad, Bangkok, al frescor de las colinas verdes cuajadas de vida y agua de la frontera.

«El servicio de transporte escolar de los niños se ha complicado y encarecido», nos cuenta Javier, cofundador de Colabora Birmania. Parece que las redadas de la policía son frecuentes y tanto policía de inmigración como rebeldes armados de algunas etnias, campan a sus anchas por la frontera, con distintos pero igual de reprobables objetivos…

En el km 42 de la carretera de Mae Sot, se levanta la estructura de la escuela, compuesta por una nave central para las clases de los mayores, una pequeña guardería con los más pequeños durmiendo la siesta, tres clases contiguas, zona de juegos, baños, casas para los niños que se quedan a dormir separados por género, una pequeña cocina y la sala de los profesores.

La escuela nos recibe con un bullicio de coros entusiastas entonando la lección entre murmullos de carreras y alegría en el recreo.

Un granito de arroz a cambio de un plato entero lleno de realidad que nos ilumina en el conocimiento de la verdad de los hechos y las cosas.

Apenas unas horas de juegos y teatro después, todos nos quedamos con la misma sensación: Es imposible no enamorarse de cada una de las caras de estos más de 400 niños pintadas con Thanaka…Tan generosos y agradecidos con su cariño, con sus sonrisas, con sus ganas de participar y su entusiasmo en el juego. Es imposible no pensar en la mochila de piedras pesadas que llevan a sus espaldas. Imposible no admirar su coraje, su capacidad de adaptación, sus ganas de aprender, incluso en la adversidad, su apoyo mutuo y sus sonrisas de complicidad llenas de curiosidad.

Es imposible no enamorarse del proyecto…

Gracias Colabora Birmania por permitirnos aprender y compartir con vosotros esos ratos tan de verdad y tan buenos para hacernos mayores…